Escuchamos que para ser competitivos en el nuevo mercado es necesario cambiar de actitud; ya no basta con ser eficaces en la gestión o en la producción, ahora tenemos que adaptarnos a las nuevas realidades, innovar para diferenciarnos y hacerlo además sin repercutir costes al cliente. Esta necesidad se aborda con estadísticas, definiciones y datos que si bien la respaldan, resultan distantes y poco estimulantes en nuestras empresas. ¿Quizás para fomentar esa actitud sea necesario dejar de argumentar y empezar a emocionar?
Ya durante el siglo pasado se revisaron muchas variables económicas en clave emocional. El deseo había sustituido a la necesidad como motor de consumo, los mercados se mostraban caprichosos y los líderes sensibles en aras de la inteligencia emocional. Se demostró que el consumo tiene base irracional y las grandes empresas tardaron poco en adecuar sus estrategias de venta a la nueva premisa. Hoy quizás le haya llegado el turno a la innovación.
Ciertamente es difícil definir un proceso para innovar porque cada empresa es “un mundo” y las realidades que le afectan son en cada caso distintas. Pero aunque no podamos definir un proceso genérico, quizás sea posible un acercamiento más llano para intentar entender la innovación desde la emoción, es decir, en términos que a todos nos lleguen. Sabemos que la motivación marca la diferencia, que lo que mejor hacemos es lo que disfrutamos y que las mejores ideas suelen hacer sonreír a la gente. Ahondando en esta lógica, quizás podríamos aprender a identificar emociones, a definirlas, cultivarlas en la empresa y aún mejor, a transmitirlas para generar innovación.
Nuestro objetivo por tanto será identificar una secuencia emocional paralela al proceso, unas sensaciones que todos podríamos experimentar y que pudieran servir como estrategia y baremo para la innovación. En primer lugar será necesario conocer nuestra motivación. ¿Qué es lo que me emociona? Aunque sea evidente insistiré en que para cambiar una realidad hay que querer cambiarla y mantener la motivación hasta conseguirlo, además hay que creerse capaz. Será necesario satisfacer nuestras curiosidades, observar de forma crítica y esforzarse por entender. Allí donde se den sinsentidos será donde haya que incidir porque es ahí donde reside el mayor margen de mejora. Luego la pregunta invariable ¿Cómo puede cambiar esto?
Hay quienes prefieren dejar las preguntas en el trabajo y hay quienes no pueden evitar llevárselas. Para los segundos una vez formulada la pregunta generará “un hueco” una ansiedad que en adelante les mantendrá alertas. Entonces bastará una frase, una noticia, una imagen o una conversación incluso en una cafetería que nos hará buscar la famosa servilleta para apuntarla. Pero de nuevo esto sólo ocurrirá si “traemos puesta” la pregunta cuando encontremos la respuesta. (cerca trova, busca encuentra).
Para permitir que esto ocurra deberíamos confiar en nuestras emociones y en nuestras propias posibilidades. Nadie más motivado que nosotros para identificar lo que no funciona en nuestra empresa o puesto de trabajo, porque nadie siente y padece como nosotros sus fallos e incongruencias. Como decía Ortega, la realidad es una suma de infinitas innovaciones que consisten “en poner constantemente en jaque a la realidad”. Cada paso es imprescindible, todos los esfuerzos grandes y pequeños de individuos comprometidos van creando cada día la realidad.
Lamentablemente tendemos pocos canales para rentabilizar estas ilusiones. Confundimos la audacia, con la osadía y el valor con la ignorancia y así, cuando una idea se lanza en ausencia de respeto y se ridiculiza, no solo se pierde la oportunidad de innovar sino que se convierte su valor en estigma y la ilusión en frustración. Sin embargo el primer paso hacia la innovación es sencillo, sólo es necesario que cambiemos esa actitud.
Ya durante el siglo pasado se revisaron muchas variables económicas en clave emocional. El deseo había sustituido a la necesidad como motor de consumo, los mercados se mostraban caprichosos y los líderes sensibles en aras de la inteligencia emocional. Se demostró que el consumo tiene base irracional y las grandes empresas tardaron poco en adecuar sus estrategias de venta a la nueva premisa. Hoy quizás le haya llegado el turno a la innovación.
Ciertamente es difícil definir un proceso para innovar porque cada empresa es “un mundo” y las realidades que le afectan son en cada caso distintas. Pero aunque no podamos definir un proceso genérico, quizás sea posible un acercamiento más llano para intentar entender la innovación desde la emoción, es decir, en términos que a todos nos lleguen. Sabemos que la motivación marca la diferencia, que lo que mejor hacemos es lo que disfrutamos y que las mejores ideas suelen hacer sonreír a la gente. Ahondando en esta lógica, quizás podríamos aprender a identificar emociones, a definirlas, cultivarlas en la empresa y aún mejor, a transmitirlas para generar innovación.
Nuestro objetivo por tanto será identificar una secuencia emocional paralela al proceso, unas sensaciones que todos podríamos experimentar y que pudieran servir como estrategia y baremo para la innovación. En primer lugar será necesario conocer nuestra motivación. ¿Qué es lo que me emociona? Aunque sea evidente insistiré en que para cambiar una realidad hay que querer cambiarla y mantener la motivación hasta conseguirlo, además hay que creerse capaz. Será necesario satisfacer nuestras curiosidades, observar de forma crítica y esforzarse por entender. Allí donde se den sinsentidos será donde haya que incidir porque es ahí donde reside el mayor margen de mejora. Luego la pregunta invariable ¿Cómo puede cambiar esto?
Hay quienes prefieren dejar las preguntas en el trabajo y hay quienes no pueden evitar llevárselas. Para los segundos una vez formulada la pregunta generará “un hueco” una ansiedad que en adelante les mantendrá alertas. Entonces bastará una frase, una noticia, una imagen o una conversación incluso en una cafetería que nos hará buscar la famosa servilleta para apuntarla. Pero de nuevo esto sólo ocurrirá si “traemos puesta” la pregunta cuando encontremos la respuesta. (cerca trova, busca encuentra).
Para permitir que esto ocurra deberíamos confiar en nuestras emociones y en nuestras propias posibilidades. Nadie más motivado que nosotros para identificar lo que no funciona en nuestra empresa o puesto de trabajo, porque nadie siente y padece como nosotros sus fallos e incongruencias. Como decía Ortega, la realidad es una suma de infinitas innovaciones que consisten “en poner constantemente en jaque a la realidad”. Cada paso es imprescindible, todos los esfuerzos grandes y pequeños de individuos comprometidos van creando cada día la realidad.
Lamentablemente tendemos pocos canales para rentabilizar estas ilusiones. Confundimos la audacia, con la osadía y el valor con la ignorancia y así, cuando una idea se lanza en ausencia de respeto y se ridiculiza, no solo se pierde la oportunidad de innovar sino que se convierte su valor en estigma y la ilusión en frustración. Sin embargo el primer paso hacia la innovación es sencillo, sólo es necesario que cambiemos esa actitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario